domingo, 17 de abril de 2016

Aleluya...Confiemos en Dios, en el Hijo y en el Espíritu Santo...Cristo te ama...

CONFIAD YO HE VENCIDO

 “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo... pero confiad, yo he vencido al mundo”.  Juan 16:32-33.
    • Confiad yo he vencido
    Rev. Gustavo Martínez
    Jesucristo vino al mundo, y cumplió a la perfección el plan de redención. Y por medio de aquel sacrificio, fueron satisfechos tanto el amor como la justicia de Dios, abriéndose las puertas de la gracia ante todo aquel que quiera aceptarlo.
    LA VICTORIA SOBRE EL DIABLO Y EL PECADO
    La Biblia narra las tentaciones que Cristo confrontó durante su retiro en el desierto (Mt. 4:1-11). Sin embargo Él venció a Satanás, por medio de la Palabra, citando pasajes bíblicos. “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Dt. 8:3; Mt. 4:4). “Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios” (Dt. 6:16; Mt. 4:7). “Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a Él sólo servirás” (Dt. 6:13; Mt. 4:10).
    Cristo derrotó al diablo como simple hombre (He. 2:14-15). El pecado también nos tenía sujetos a servidumbre y nadie podía libertarnos del poder de éste, sino Dios mismo (Ro. 6:16-18).
    Durante la dispensación de la ley, los sacrificios de expiación por el pecado eran imperfectos. En primer lugar, porque solo cubrían el pecado; y en segundo lugar, porque los oferentes antes de sacrificar en nombre del pueblo, debían presentar sus propios pecados primero. En cambio, aunque durante su estadía en la Tierra nuestro Señor habitó en un cuerpo mortal, y fue tentado en todas las cosas como cualquier ser humano, el pecado nunca se enseñoreó de Él. Esto hizo que Su sacrifico expiatorio fuera perfecto, y que Él pudiera limpiarnos del pecado y aniquilar su poder condenatorio.
    Por medio de Su sacrificio misericordioso el trono de la gracia se abrió para nosotros, y podemos acercarnos a Dios sin temor, porque Él se acercó a nosotros primero (He. 4:16).
    Al haber experimentado en carne propia todas las tentaciones que puede sufrir cualquier hombre y cualquier mujer, el Señor puede ayudarnos a vencer al pecado (He. 4:15).
    Sin embargo, también es deber de aquel que es nacido de Dios de abstenerse de pecar y de guardarse a sí mismo (1 Jn. 3:9; 5:18).
    LA VICTORIA SOBRE LA MUERTE
    El diablo tenía esclavizada a la humanidad por el pecado y por el temor a la muerte. Mas Cristo vino para derribar a los imperios y a las potestades de las tinieblas, y los avergonzó públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz del Calvario (Col. 2:15).
    Por medio de Su resurrección Cristo destruyó el aguijón de la muerte, y le quitó todo poder al sepulcro. Las Escrituras revelan que el aguijón de la muerte era el pecado y que el poder del pecado residía en la ley que nos condenaba. No obstante, cuando Cristo aniquiló el poder del pecado en la cruz del Calvario, la muerte ya no pudo seguir amedrentándonos (1 Co. 15:54-57).
    En Cristo el temor ha sido vencido, y por ende, cuando venimos a Él, Su amor perfecto destruye el temor que pueda invadirnos (1 Jn. 4:17-18).
    LA VICTORA SOBRE LA TRISTEZA Y LA IGNORANCIA
    Antes de saber que Jesús había resucitado, los discípulos se hallaban en un estado de postración y de tristeza inimaginables. Hasta tal punto, que cuando María Magdalena vino a anunciarles la resurrección, ellos, ocupados en llorar y gemir, no la creyeron (Mr. 16:11).
    A pesar de que Cristo anunció varias veces que moriría y resucitaría al tercer día, para los discípulos la crucifixión había marcado el final de su discipulado, y cada uno regresó a su casa y a sus oficios respectivos. Mas Cristo se les apareció para devolverles el gozo, aquellos se regocijaron grandemente. Existe un concepto erróneo, según el cual, el cristiano camina por un sendero de rosas, y que ninguna tristeza puede afectarlo, porque esto significaría que Dios ya no está con él. No obstante, esta idea contradice las palabras del Señor Jesucristo cuando dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).
    De otra parte, Cristo venció no solamente la tristeza, sino también la ignorancia.  Después de haber resucitado, se apareció a dos discípulos que iban al campo, nuestro Salvador les reprochó su ignorancia e incredulidad, diciéndoles: “¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!” (Lc. 24:25). Cristo, pues recurrió a la Palabra para devolverles el gozo que deriva de la fe. Mas cuando lo contaron a los otros apóstoles, ninguno les creyó (Mr. 16:12).
    Cuando Dios se quiere revelar a una persona siempre lo hace por medio de las Escrituras. Estas producen fe, y la fe le lleva a Cristo, desintegrando la incredulidad del corazón (Ro. 10:17).
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    (ampliado)
    El diablo tenía esclavizada a la humanidad por el pecado y por el temor a la muerte. Mas Cristo vino para derribar a los imperios y a las potestades de las tinieblas, y los avergonzó públicamente al triunfar sobre ellos en la cruz del Calvario (Col. 2:15).