lunes, 9 de noviembre de 2015

AVANZANDO MIENTRAS EL DÍA DURA

   “Me es necesario hacer las obras del que me envió, entre tanto que el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”.  Juan 9:4.
Rev. Luis M. Ortiz
  • Avanzando mientras el día dura
El reloj de Dios está para marcar el minuto final, el día de la salvación está declinando, las sombras de la noche de la perdición se avecinan. Conforme el día va declinando más apremiante se hace la tarea de la Iglesia. La necesidad de las multitudes sin Cristo es urgente, tenemos que entregarnos por entero al cumplimiento de la gran comisión hasta hacer llegar el Evangelio a toda persona y hasta lo último de la tierra (Mr. 16:15).
 
Cada cristiano está en la obligación de tomar parte activa en esta gran labor, que es la tarea suprema de la Iglesia. No puede haber lugar para la indiferencia y la mezquindad; la inacción es inexcusable. Cada cristiano tiene que ser un ganador de almas. Cada templo tiene que ser un centro de evangelización. Cada congregación tiene que ser una fuerza dinámica e incontenible en contra de las fuerzas del mal llevando las buenas nuevas de salvación.
 
En esta hora crucial y postrera, esta no es tarea de pusilánimes, ni de cobardes, ni de débiles, es una tarea fuerte, y fuertes y valientes tienen que ser los que la realizan, pues “el reino de los cielos se hace fuerza, y los valientes lo arrebatan” (Mt. 11:12, Reina-Valera Antigua [RVA]). Para poder realizar esta grandiosa labor de evangelización mundial, en el breve tiempo que nos resta, tenemos que darle prioridad a esta. El cumplimiento de esta tarea tiene que estar por encima de todo y de todos.
 
Y cuando los grandes y poderosos no lo hacen, Dios usa a los pequeños y a los débiles. Cuando los intelectuales y los eruditos no lo hacen, Dios usa a los hombres sin letras y aun a los analfabetos. Cuando los grandes oradores no lo hacen, Dios usa a los tartamudos. Cuando los Nicodemos se esconden en la noche de su cobardía, Dios usa a las samaritanas a plena luz del día.
 
Cuando jerarcas y teólogos se muestran indiferentes, Dios usa a pescadores y principiantes. Cuando los ricos y potentado no ofrendan de sus abundantes riquezas para la promoción del Evangelio, Dios usa a las viudas que lo dan todo por esta bendita Obra. Cuando los materialistas se entregan a aumentar sus propiedades y sus cuentas bancarias, Dios usa a los Bernabés a vender todo lo que tienen para dedicar el dinero a la Obra del Señor.
 
Cuando los Giezis en la Obra de Dios se van a buscar prebendas, comodidades y riquezas, Dios usa a los Zaqueos a restituir lo mal habido y a dar cuatro tantos más para la Obra de Dios.
 
Este Evangelio tiene que ser proclamado en todo el mundo por aquellos que aman a Cristo de todo corazón; por aquellos que sirven al Señor y a los demás sin esperar recompensa ni reconocimiento humano; por aquellos cuya vida gira en torno a la necesidad de las almas y al cumplimiento de la gran comisión; por aquellos que nada estiman su vida y la ponen al servicio de Dios; por aquellos que dan sin reserva para la salvación de las almas: Tiempo, talentos, dinero.
 
Estos son los verdaderos testigos de Cristo, estos son los que mantienen la luz ardiendo, estos son la sal de la tierra, esos son los que Cristo necesita, estos son los que están aprovechando los últimos rayos de luz. Aquellos que son menos que estos son caricaturas de cristianos, son lámparas escondidas, son sal desvanecida, son talentos enterrados, son obreros ociosos, son vírgenes dormidas, son nubes sin agua, son árboles sin fruto, son estrellas erráticas; quienes merecidamente serán lanzados a las tinieblas, las de afuera, con la severa sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25:41). Esta es la 
suerte final de aquellos que no se esfuerzan por la obra misionera y la evangelización del mundo.
 
¿Cómo te presentarás delante del Señor, habiendo desatendido el clamor de las almas en esta hora crucial? ¿Qué excusas presentarás al Señor? ¡No habrá excusas!
 
El capitán de un yate quería la gloria de ganar un premio en la regata. En plena competencia alguien le gritó que uno de sus marineros había caído al agua, sin embargo el yate siguió avanzando y ganó el premio, pero el marinero pereció ahogado.
 
El capitán afirmaba que no había escuchado el aviso, mas en su conciencia él sabía que no había querido detener la marcha del yate. Acosado por la conciencia comenzó a perder el apetito y el sueño, y pronto 
estuvo dependiendo de calmantes y de drogas, con los nervios destrozados buscó auxilio psiquiátrico y terminó en un manicomio. Y se pasaba todo el tiempo realizando labor de salvamento a un náufrago imaginario. Un médico comentó: Si hubiera socorrido al marino no estaría ahora de día y de noche en esa labor infructuosa.
 
Hermano, aunque no ganes el premio que ofrece la familia, o la escuela, o la universidad, o el gobierno, o el concilio, no desatiendas la llamada de auxilio que te hacen las almas pérdidas en el mar tempestuoso del pecado.
 
Tenemos que avanzar “entre tanto el día dura; la noche viene, cuando nadie puede trabajar”  (Jn. 9:4). ¡Sigamos avanzando mientras el día dura! Amén.